miércoles, 10 de marzo de 2010

Dead bike in Agadir or Funny nightmare



Sometimes, life is crazy. I tried to fix the coil puting silicone on the fracture. Nigel, in Bikerhome, helped a lot. But when I left Ouarzazate, there was a hurricane blowing its anger. The bike could barely go faster than 60 km per hour. We tried to arrive Agadir, where I told Motorworks to send the new coil from UK. Only one cilynder was working, so I had to rise the rpm really high to mantain the bike on the road. As a result of it: I run out of petrol sooner than I expected. Lost in the middle of nowhere. But the scenery was awesome. I managed to find gas and keep on going. But when we were about to arrive Agadir, the bike blown a big blue smoke and stopped. It was at night. Two guys approached and helped. We put the bike on a small van and went to the city. It was very late when we found a place to stay. What a long trip. What a funny nightmare.

La moto ha muerto en Agadir. Fuimos hasta Ouarzazate. Las montañas no la sentaron bien. El problema es el encendido, la bobina está rajada y sólo funcionaba un cilindro. Intenté sellar la rotura con silicona pero no ha mejorado. Al salir de Ouarzazate soplaba un huracán. La moto casi no andaba; llevándola en segunda y altísima de revoluciones alcanzaba los setenta. Era como llevar un ciclomotor de doscientos kilos. Eso sí, cuesta abajo nos poníamos a cien. Pero entonces siempre nos encontrábamos un camión en una curva o una de esas odiosas autocaravanas de los franceses que vienen aquí de vacaciones. Los muy imbéciles adoptan el modo marroquí de conducir y ocupan toda la calzada para que motos y bicicletas nos salgamos al desierto.




Al llevar la moto a siete mil revoluciones por minuto en marchas cortas, la gasolina dura la mitad. Así que me quedé sin combustible por primera vez en estos viajes por el mundo. El paisaje, eso sí, era espectacular, hubiera sido un deleite de no ser porque el viento quería arrancarme la cabeza. como siempre ocurre en estos países, el primer vehículo que pasó paró a ayudar. Bueno, miento, no fue el primer vehículo, sino el primero marroquí. Antes habían pasado algunos franceses y alemanes que me dejaron pudrirme en el arcén. El conductor me llevó a la gasolinera mientras su acompañante se quedaba vigilando la moto. Cuando regresamos, me lo encontré con el casco puesto paran que el viento no le llenara los ojos de tierra.




Los doscientos kilómetros restantes fueron una auténtica odisea. La moto iba a tirones, se calaba y se sucedían las poblaciones con el habitual sistema de tráfico marroquí: el Caos con mayúsculas. Coches, peatones, bicicletas, burros, perros… todos a la vez como en un videojuego. Atardecía y el sol se iba poniendo delante de mis ojos al dirigirme hacia el oeste, o sea, que no veía nada. Mi dieta se compone aquí de té azucarado (por eso tienen los dientes podridos) y pan. Al borde del agotamiento, me pareció divisar los contornos de Agadir. Pero me equivocaba. Era un atasco fenomenal. Cuando me hallaba en mitad del follón, la moto dijo basta. Vaya, me dije, menudo marrón, y sin seguro de asistencia. Igual tengo que sacar la tienda y dormir en la mediana de esta autopista.




Un par de tipos aparecieron de la nada y tras interesarse por mi problema y sobre todo, de qué equipo era, me recomendaron seguirles por un oscuro camino que se apartaba de las luces y la gente. Aquí creo que es donde se marca la diferencia entre los jedais y los turistas. Un turista hubiera pensado: 1) no los conozco de nada. 2) llevo cosas de valor encima 3) las recomendaciones de las guías son desconfiar de los extraños 4) nadie sabe que estoy aquí 5) se me han olvidado los dodotis.



Pero un auténtico Jedai lo que piensa es… bueno, no sé lo que piensa un auténtico Jedai. Probablemente haga como yo y no piense en nada de nada, confíe en la Fuerza, en el Destino, en los ángeles y se meta con aquel par de tipos por el inmundo caminejo que llevaba a una inmunda barriada sin luces ni asfalto y se pierda por un dédalo de callejuelas que parecen diseñadas por un aficionado a los laberintos.



Hay que confiar en la Fuerza. Palabra de Jedai. Mis acompañantes pronto localizaron un amiguete con furgoneta que por 20 euros nos llevó hasta un hotel en Agadir donde puede aparcar la moto y ponerme tibio de cerveza. Desde mi ventana veo ahora misnmo el Océano Atlántico. Y como suele ocurrir, no tengo ni idea de cómo va a terminar este viaje. Ya os lo contaré.

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